La región sigue en neutralidad climática y sin pronóstico firme para los próximos meses

“El Océano Pacífico, a la altura del ecuador, es la mayor superficie evaporante del planeta. Por lo tanto, aporta humedad y precipitaciones a gran parte del mundo y, especialmente, nos interesa su influencia en América del Sur y en la Cuenca del Plata, por sus implicancias en el comportamiento de los ríos y en el sector agropecuario”, explicó Rohrmann.

Sobre el estado actual del clima, señaló: “El año pasado y a comienzos de este, se hablaba de una posible formación del fenómeno La Niña, pero finalmente no se concretó. Las temperaturas se mantuvieron apenas por debajo de lo normal, con un desvío inferior a medio grado. En ese contexto, hoy podemos decir que estamos en una condición neutra”.

De cara al futuro, el especialista indicó que la evolución de las temperaturas en el Pacífico determinará la próxima temporada de lluvias: “Estamos terminando la temporada de lluvias y lo que ocurra a partir de septiembre dependerá de si se mantiene la neutralidad, si se enfría y aparece finalmente La Niña, o si, por el contrario, se calienta y vamos hacia un escenario Niño”.

Según Rohrmann, aún no hay certezas: “Los modelos climáticos están dando proyecciones, pero da la impresión de que todavía no se deciden por uno de los tres escenarios. Creo que habrá que esperar uno o dos meses más, ya entrado el invierno, para tener una definición más clara. Recién en julio podríamos saber hacia dónde se dirige el comportamiento del agua en el Pacífico ecuatorial”.

Respecto al impacto de estos fenómenos, el ingeniero fue claro: “En líneas generales, cuando el agua está más fría, hay menos humedad y menor precipitación. Eso se asocia a La Niña. Por el contrario, con el fenómeno Niño, al haber calentamiento, se suelen registrar lluvias por encima de lo normal y crecidas en ríos como el Paraná y el Paraguay”.

Sin embargo, remarcó que no siempre estas relaciones se cumplen de forma estricta. “La última temporada de lluvias, desde octubre, fue muy irregular, al menos en la provincia del Chaco. Tuvimos un verano con muy poca lluvia. En enero y febrero prácticamente no llovió y las temperaturas oscilaron entre los 35 y 40 grados. Eso tuvo un impacto muy negativo en la agricultura, porque lo sembrado no se pudo desarrollar. Pero en mayo llovió mucho en toda la provincia y, además, se registraron eventos extraordinarios en zonas como Vera (Santa Fe), Campana y Zárate (Buenos Aires), con precipitaciones superiores a los 300 o 400 mm”, detalló.

En ese sentido, Rohrmann advirtió que no se puede atribuir todo a un solo fenómeno: “No hay que mirar únicamente al Pacífico. El Océano Atlántico también influye mucho, sobre todo en la región pampeana. Estos eventos excesivos tienen relación con el aporte de humedad del Atlántico”.

Consultado sobre si este tipo de lluvias intensas y puntuales serán más frecuentes, respondió: “Sí, vemos un patrón muy desbalanceado. Llama la atención que hubo tres eventos extraordinarios en poco tiempo, incluyendo lo de Bahía Blanca en marzo. Eso genera la sensación de que algo está pasando”.

Para Rohrmann, hay dos interpretaciones posibles: “Una teoría dice que esto es consecuencia del cambio climático: al haber mayor temperatura en el aire y la tierra, la atmósfera tiene más capacidad para generar estos eventos. La otra línea sostiene que este tipo de fenómenos siempre ocurrieron, pero ahora se hacen visibles cuando afectan zonas urbanas. Si suceden en campos o áreas poco monitoreadas, nadie los mide ni se entera”.

Y concluyó: “El problema es que aún no estamos seguros de que estos eventos sean una nueva normalidad. Son fenómenos muy excepcionales y localizados, que pueden cubrir apenas 50 por 50 kilómetros. Pero ponen en crisis los sistemas de desagüe y el desarrollo urbano, como se vio el año pasado en Corrientes. La pregunta es qué hacemos, como ciudades, frente a este desafío”.

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